Por años creí que el nombre de este edificio era un apodo desafortunado,casi despectivo hacia el lugar y la gente que lo habitaba. Con el tiempo descubrí el verdadero orígen de ese rótulo.
Por muchos años, siempre pensé que llamar a ese antiguo edificio céntrico «El Palomar» era un apodo desafortunado, casi despectivo, hacia el lugar y la gente que lo habitaba. Sin embargo, con el tiempo comprendí que esa denominación era una referencia a su historia, una historia que se remonta a varias décadas, quizás un siglo, desde su construcción.
Es importante aclarar que lo que hoy cuento no es un relato rigurosamente histórico, sino una semblanza basada en diversos testimonios que escuché a lo largo del tiempo sobre este lugar, que a pesar de todo, sigue siendo parte esencial de nuestra localidad.
En sus primeros años -dicen-, «El Palomar» fue un reconocido hotel, también supo ser un consultorio médico y, a lo largo del tiempo, varios comercios pasaron por sus puertas. Pero ninguna de esas etapas me lleva a entender su nombre como lo hace la historia que finalmente descubrí.
El apodo de «El Palomar» proviene de una fábrica de conservas que funcionó allí durante muchos años, una fábrica especializada en elaborar escabeches de palomas. Aves que eran traídas desde el cercano y ya desaparecido «Monte de las Palomas», un sitio que hoy solo vive en el recuerdo de los más viejos.
Aquellos que conocieron el auge de «El Palomar» cuentan que la fábrica fue una fuente de empleo para muchos vecinos, tanto de manera directa como indirecta. Los que no trabajaban dentro de la fábrica, comercializaban los productos derivados de la caza de palomas, contribuyendo a la actividad de la industria local.
Los frascos de conservas viajaban a distintas localidades de la provincia y más allá, siendo reconocidos en otras provincias. La cercanía de la ruta 19, que pasaba justo frente al edificio, favoreció sin duda su comercialización y expansión.
Sin embargo, un día, la fábrica cerró. Desconozco las razones exactas (como ya mencioné, este relato no pretende ser un estudio histórico detallado), pero lo cierto es que, con la estructura deteriorada y el paso del tiempo, el edificio pasó de ser una fábrica próspera a convertirse en el hogar de muchas familias piquillenses.
Hoy, «El Palomar» sigue siendo el techo de varios hogares, muchos de los cuales, a lo largo de los años, han soñado con el día en que podrían vivir en un lugar mejor. Mientras tanto, continúa siendo un hogar, un refugio que cobija los anhelos de futura prosperidad. En sus pasillos, aún resuenan los ecos de aquel tiempo, cuando la fábrica de conservas y su particular producción formaban parte esencial de la vida diaria de nuestra comunidad.
Por Franco Fernández