Recuerdos de Piquillín: «El Molinete»

Un simple aparato, se convirtió en un mundo de imaginación, para los niños del pueblo, en una época en la que solo había una plaza con escasos juegos (tres hamacas y dos subibajas) en la localidad.

La nostalgia es un sentimiento que evoca añoranza por momentos pasados, una mezcla de dulzura y melancolía que nos transporta a tiempos más simples. En mi caso, esta sensación se desata al recordar un pequeño objeto que marcó mi infancia: el molinete que estaba frente al (ex) Supermercado Giampieri, un punto de encuentro y juego para muchos de nosotros.

Ese molinete, un simple aparato, se convirtió en un mundo de imaginación. Para los niños de Piquillín, su presencia significaba mucho más que una barrera; era un lugar de aventuras. En una época en la que el pueblo solo contaba con una plaza y escasos juegos (tres hamacas y dos subibajas), su estructura se transformaba en un helicóptero de Brigada A. Las risas y discusiones sobre quién interpretaba a cada personaje eran parte de aquel juego: Aníbal y Faz siempre eran los más populares, mientras que Murdock y Mario Baracus se quedaban un poco atrás.

También funcionaba como una calesita improvisada, algo que quizás no era del agrado de los adultos. Pero en nuestra inocencia, no entendíamos cómo un simple juego podría afectar a los mayores. Con el tiempo, comprendí que su preocupación no solo era por el molinete, sino por nuestra seguridad y el cuidado de lo que nos pertenece a todos.

El progreso trajo consigo muchas mejoras, pero también la pérdida de esos pequeños refugios de alegría. El molinete, que una vez marcó el paso de los peatones del sur hacia el centro, tuvo que ser retirado para dar lugar al Paseo del Caminante, un espacio remodelado que incluyó iluminación (¡qué oscura supo ser esa esquina!) y un puente sobre el canal. Sin embargo, su ausencia deja un vacío que solo puede llenarse con recuerdos.

Ni siquiera me di cuenta de cuándo fue retirado, o no le di relevancia en ese momento. No tengo fotos que atestigüen su existencia, solo imágenes en mi mente de aquellas tardes de juegos y risas. Recuerdos que se entrelazan con la voz de Pepe advirtiéndonos: «¡Bájense de ahí, chicos, se pueden golpear!».

Aunque el tiempo ha pasado y el molinete ya no está, sigue siendo parte de nuestra historia y de quienes hemos sido. Así, a través de un molinete, revivo una parte de nuestra infancia, una parte de Piquillín que nunca olvidaremos.

Por: Franco Fernández