Héctor Moreno es recordado por haber circulado por las calles de Piquillín, siempre montado en su bicicleta. A un año de su muerte, el rodado espera a su dueño en el jardín donde la dejó por última vez.
Pocos se habrán dado cuenta, quizás si los vecinos de la cuadra lo hayan notado, y hasta preguntado por la «bici de Moreno». La que espera en el jardín a su dueño, desde hace justo un año, cuando la ruleta de la vida le dijo «no va más».
Lo cierto es que un 23 de marzo de 2019, Héctor Moreno, albañil de profesión, dejó a su (otra) compañera de vida en el jardín de su casa, donde habitualmente la dejaba, sin saber que ya no se iba a volver a montar en ella.
«La muerte del papi nos sorprendió a todos», dice David, su hijo menor, quien ocupa hoy ese hogar y quien decidió que la bici debía quedarse ahí.
Varios quisieron usar esa bicicleta, incluso las nietas de Moreno, pero la respuesta siempre fue negativa: «La bici no se toca».
«Pasa que era su vehículo, lo llevaba a todos lados, iba hasta la esquina en bici. El que lo recuerda, lo hace sobre su bici», rememora David. Y agrega que los vecinos, el día que su padre falleció, le decían: «¡Pero si recién lo vi en la bici!».
La idea del menor de los Moreno es que el rodado quede en el mismo estado en que la dejó su padre: «sólo la muevo para cortar el pasto, es más, ¡todavía esá inflada!».
Al respecto de lo importante que era este vehículo para su padre, David expresó: «¡Se podría haber comprado una Venzo, con toda la plata que gastó en ella!».
«Muchas veces me parece verlo. Aún no acepto que se haya ido así de golpe, sin darme tiempo a nada. Esta bici es mi conexión con él», lo recuerda David, quién además remarcó que es «innegociable» que la bici salga de ahí. «Le dije a mis hermanas que se llevaran lo que quisieran de él, menos la bici».
50 días después de la ida de Héctor, otro golpe duro recibió la familia. Tal vez Moreno se sintió solo y necesitó que su principal compañera, su esposa, «la Bocha», fuera a hacerle compañía a la eternidad.
Pero les dejó a sus descendientes su compañera de aventuras, la bicicleta que lo acompañó hasta el último de sus días en la Tierra. Al fin y al cabo, las bicicletas no van al cielo.
O sí…¿quién sabe?
